
Se hace de día en el pueblo. El silencio de la noche termina con el ruido de los animales y el andar de las personas por las calles empedradas. Es domingo, el último día de la semana. El pueblo se divide entre las personas que van a misa y los que prefieren ir a ver el fútbol al llano.
hoy es el partido que más pasión genera entre dos pueblos, una rivalidad que creció tanto con el paso de las décadas que vienen de otras comunidades a ver el juego.
Primera llamada, las campañas de la parroquia anuncian que ya va ser medio día. Ambos equipos ya están en la cancha, las redes se colocan en las porterías, se crea una nube de cal al trazar las líneas del campo mientras la gente se distribuye alrededor del campo.
Segunda llamada y vuelven a sonar las campanas, los puestos de vendimia ya están instalados. En una tina llena de hielos reposan las cervezas que refrescan del sol intenso del mediodía y un lado sandía, pepino, jicama y mango en trozos listos para cumplir el antojo para los que les quedó un hueco en el estómago después del almuerzo.
Los que llegaron temprano tienen un lugar bajo la sombra de unas pequeñas gradas, el resto buscará lugar alrededor del campo, unos se sientan sobre la caja de carga de sus camionetas, otros más sobre cubetas, bancos o piedras, el resto se mantiene de pie.
Los capitanes se reunieron con el árbitro y la moneda gira en el aire para decidir el pequeño primer duelo del partido. Los equipos se colocan de su lado de la cancha mientras al fondo se escuchan las campanas que por tercera y última ocasión indican que en el pueblo el fútbol también es religión.